25 DE FEBRERO, DIA DEL IMPLANTE COCLEAR
Berta Burguera, Licenciada en Geografía e Historia por la UCM, cuenta su experiencia inicial tras la conexión secuencial de sus implantes cocleares con motivo del Día Internacional del Implante Coclear
- Cuéntanos cómo fue la programación de tus implantes
El proceso fue el mismo para los dos, pero el resultado inmediato tras la activación de los implantes, muy distinto. Dicho proceso tiene una evolución lenta que dura aproximadamente un año: se empieza con la activación en unos parámetros muy bajos para que el cerebro vaya poco a poco registrando los ruidos y sonidos. En el primer mes, se va cambiando de programa cada semana; luego se hace cada mes durante tres meses; luego se pasa a cada dos meses y así ya llegas al año, en que se ajustan los últimos niveles de audición. En cada cambio, se va oyendo más y más.
En el caso del oído izquierdo (que fue el primero en operarse), apenas oía nada. Era como me habían dicho: “Oigo, pero no entiendo”. En el primer mes, estaba desesperada de oír tan poco. Ocho meses más tarde, ¡Oía demasiado! ¡Cuánto ruido! ¡Ya no quería oír más! Cuando me tocó la revisión, le pedí al programador que no me subiera más, que ya estaba feliz con todo lo que oía. Pero obviamente, todavía quedaba un poco más para completar el año.
En cambio, con el oído derecho, fue diferente: empecé a sentir sonidos desde el primer momento tras la activación. Estos me parecían hasta musicales y sentí que me había adelantado en el tiempo. ¡Qué felicidad!
Realmente cada oído es un mundo distinto. En mi caso, estaba claro, pues siempre oí más con el derecho que con el izquierdo. El gran cambio lo iba a notar el izquierdo, porque no percibía apenas nada, y verdaderamente salió ganando.
- ¿En qué consistió el proceso de rehabilitación?
Desde el primer momento de la activación del implante, empecé con la rehabilitación con una persona especializada en terapia auditivo-verbal. También tuvo una evolución distinta en cada oído. Con el izquierdo, que era el que menos ha oído siempre, al principio era frustrante no poder seguir los ejercicios ni distinguir los fonemas o las palabras porque, además, en las primeras sesiones me impedían leer los labios, algo que yo llevaba haciendo toda mi vida (luego ya sí podía). Poco a poco, en paralelo con las programaciones, se iban complicando los ejercicios y yo entendiendo mejor, manteniendo con más facilidad las conversaciones y cansándome menos.
Yo sola también tenía que hacer mi rehabilitación escuchando todo tipo de ruidos en cualquier ambiente (casa, calle, restaurante, bar, reunión de amigos, etc.): el timbre de la puerta, la cerradura, la cafetera, el grifo del agua abierto, abriendo y cerrando armarios, los pasos, la radio, la televisión, el semáforo, la moto que pasa muy rápido, la canción del bar, la puerta abriéndose y cerrándose, el movimiento de las sillas, etc. Andaba alerta ante todo tipo de ruidos; un poco estresante al principio pues no solo me asustaban, sino que me producía curiosidad por saber qué ruidos eran. Una vez que empecé a oír y a conocer mejor cada uno de ellos, comencé a relajarme. Igualmente me ocurría con el lenguaje. Iba entendiendo mejor las palabras, las frases, las voces hasta conseguir mantener una conversación evitando mirar los labios. Fue otro de los retos que tenía por delante: escuchar sin leer los labios. Miraba a los ojos al tiempo que intentaba concentrarme para entender lo que se me decía.
La llegada de la pandemia nos obligó a hacer las sesiones vía online, zoom, video whatsapp o facetime. Tarea ardua y un tanto difícil, pero se consiguió el objetivo de mantener el aprendizaje auditivo. El uso de las mascarillas, otro reto. En los lugares públicos y con gente (aeropuerto, calle, restaurante), un verdadero esfuerzo y hasta a veces desesperante por no entender, convirtiéndose al mismo tiempo en una sesión de rehabilitación de alto nivel, en un aprendizaje a marchas forzadas.
Es un proceso que hay que hacerlo sí o sí. No hay otra. Yo pasaba por eso por segunda vez en mi vida, ya que de pequeña lo había hecho con los audífonos. Fue como volver a la infancia y a la niñez. Lo recordaba como algo muy pesado y aburrido. Era una de las razones que me echaba para atrás a la hora de decidir operarme, pero a toro pasado, sé que ha valido la pena.
- ¿Aprendiste a escuchar de nuevo?
Claro. Tuve aprender cada uno de los sonidos y ruidos que llegaban a mi cerebro a través del procesador. Identificarlos, distinguirlos, memorizarlos. Y no es un proceso rápido e inmediato. Lleva su tiempo entre que percibo un ruido, lo identifico, le pongo nombre y lo registro en mi cerebro. Esto es lo que ocurre cuando oigo un ruido o sonido nuevo por primera vez. Cuando lo vuelvo a oír, ya no paso por ese proceso puesto que el cerebro lo tiene memorizado y archivado. Es lo que llaman la memoria auditiva. Todavía hoy, con mis dos implantes puestos tres y dos años después, sigo percibiendo y aprendiendo sonidos nuevos. Y cuando hablo de sonidos, me refiero también al lenguaje, a las palabras y a la forma de hablar de cada persona.
Es un tema que me llamó mucho la atención y me produjo curiosidad por saber más sobre la capacidad humana de oír. También me hizo darme cuenta de que no oía nada de nada con el oído izquierdo, que estaba bastante sorda, y que había hecho muy bien en operarme. En cuanto a la percepción de los sonidos y ruidos, eso también cambió: no oía igual que antes, no sabría decir ni por qué ni cómo, pero oigo distinto, percibo todo de otra manera. Cuando mis amigos me preguntaban si les oía igual que antes, les contestaba que no, que les oía distinto.
Desde el primer momento en que acepté ponerme los implantes, me lo tomé como un reto, como una aventura nueva a vivir. Y así ha sido pues he pasado de oír muy poco y de estar aislada a oír mucho y a darme cuenta del mundo ruidoso en que vivimos contando con la ventaja de poder desconectarme cuando quiera. Muy pronto, en la tercera semana de programación del oído izquierdo, sentí que la operación había valido la pena y que no debía dejar pasar mucho tiempo para operarme del derecho.
Ahora, con los dos procesadores sobre mi cabeza, puedo decir que me siento auditivamente equilibrada. Hasta el punto de que no puedo usar un solo procesador para oír o escuchar; necesito los dos. Con los audífonos no me pasaba; podía perfectamente estar todo un día con solo el aparato derecho puesto.
- ¿Qué estrategias desarrollaste para acostumbrarte a tu nueva situación?
Teniendo en cuenta que he estado toda mi vida llevando audífonos, no fue fácil acostumbrarse a la rutina de los implantes. Al principio, no hacía más que comparar mi vida actual con la antigua, hasta que empecé a darle la vuelta al asunto y a pensar que estas nuevas situaciones eran (son) insignificantes al lado de todo lo que había ganado con mi nueva vida auditiva.
Asombro, resignación y aceptación eran los primeros pasos. Asombro, porque oía (oigo) todos los roces (cuando me pongo un gorro o la capucha del abrigo, cuando apoyo la cabeza en el sillón o en la almohada o simplemente paso la mano por el pelo) y todo tipo de ruido (los hay que me asustan de verdad); resignación, porque no me lo creía, porque preguntaba a quien fuera “¿tú oyes el roce de la capucha?”, “¿oyes esto?”; aceptación, porque no hay otra.
Ahora oigo muchos ruidos, incluso los que nadie percibe. Cuando yo pregunto “¿has oído eso?”, me contestan “¿qué ruido?”. Increíble. Mi cerebro se ha convertido, para bien y para mal, gracias a los implantes, en una verdadera esponja captadora de ruidos y sonidos. No todo es negativo, pues también hay sonidos agradables que percibo y me relajan (piar de los pajaritos, las olas del mar, la música clásica, una canción, etc.).
La paciencia y la calma han sido unas grandes aliadas en este proceso, aunque el hecho de poder desconectarme un rato apagando los procesadores también me ha ayudado mucho a relajarme y a disfrutar del placer del silencio.
También tuve que acostumbrarme a la organización de mi vida con los procesadores, pues con los audífonos todo era más sencillo y fácil. Lo que peor llevo es el hecho de depender de hasta tres personas para una revisión y la dificultad en ser flexibles a la hora de atender las urgencias.