Interpretación oral: el acceso a una educación más enriquecedora
Melissa Griswold, Clarke Mainstream News, 2005: Vol. 24, No. 8.
Un intérprete oral repite de forma inaudible todo que se dice en una clase, un auditorio, una reunión o en cualquier otra situación en la que una persona con pérdida auditiva no puede seguir, bien visual o auditivamente, a los hablantes sin ayuda externa, con la consiguiente pérdida de información.
«Pero vas tan bien», solían decirme.
Seguramente iba bien, pero yo no tenía esa sensación. Debía esforzarme muchísimo para sacar aprobados, cuando lo que quería era sacar sobresalientes. No se trataba de que fuera poco inteligente, lenta o de que me negase a estudiar; una gran parte de las lagunas en mi aprendizaje se debía a que no era capaz de entender todo lo que pasaba en las clases.
Incluso teniendo unas habilidades de lectura labial excelentes, que me permitían seguir en su mayor parte lo que los profesores decían, no era lo suficientemente rápida como para captar los comentarios, las preguntas y las respuestas de mis compañeros en las diversas asignaturas de secundaria y bachillerato. Tampoco los audífonos me facilitaban la información auditiva suficiente como para poder descifrar lo que había captado visualmente. Tener que aprender a leer en los labios a tantos profesores y alumnos en secundaria fue una tarea agotadora.
Por más interesada que estuviese en determinadas asignaturas, incluso leyendo muchísimo, ya fueran lecturas asignadas o conseguidas por mi cuenta, tenía la impresión de que me seguía faltando algo, lo que se sumaba a la sensación de que mi educación era superficial. No podía seguir los debates de clase y no podía entender las respuestas de mis compañeros a las preguntas de los profesores. Si un profesor me preguntaba directamente y yo contestaba, lo normal era que su comentario fuese: «Esa respuesta ya la ha dado tal compañero o compañera». Pronto dejé de participar porque prefería aparentar que no tenía interés por un tema o que no lo había preparado antes que sentirme estúpida por responder lo mismo que otra persona.
Con los deberes, no tuve ningún problema. Entendía lo que se nos pedía y lo que entraba en los exámenes, pero me perdía los conocimientos que se compartían en los debates de clase y que me habrían ayudado a mejorar la comprensión de las asignaturas y a enriquecer mis conocimientos con las aportaciones desde distintas perspectivas. Si bien tuve la oportunidad de ir a la universidad e incluso de doctorarme, una gran parte de lo que necesitaba para estar bien preparada me faltaba debido a las lagunas de comunicación en las etapas de primaria y secundaria. Me sentía como si no fuera capaz de nadar y me dejase únicamente arrastrar por la corriente, cuando lo que deseaba era zambullirme con el resto de mis compañeros.
Comentarios de Corinne Brennan-Dore, Coordinadora ayudante de Formación de The Mainstream Center, acerca de su experiencia escolar.
Para un alumno con deficiencia auditiva e integrado en el sistema educativo ordinario, es esencial tener acceso a toda la información que se genera en un entorno académico. Este entorno tiene un mayor alcance que las clases, las asambleas y otros contextos educativos. Se pueden adquirir más conocimientos cuando se participa en la comunidad educativa que los que se aprenden escuchando al profesor, leyendo textos y realizando las tareas de búsqueda de información y los deberes asignados. Para formar parte de la comunidad educativa, un alumno necesita tener pleno acceso al flujo de información, incluyendo toda la información complementaria que se comparte en una clase: los comentarios y las preguntas de los alumnos, los comentarios, bromas y relatos de los profesores, además de los intercambios informales entre profesores y alumnos. La información que las personas con una capacidad auditiva normal dan por sentada es la que nos permite experimentar el sentimiento de pertenencia y conexión.
Un intérprete oral puede facilitar este acceso, de manera que el alumno se sienta como un participante activo y conectado con el entorno. El alumno puede prestar una atención plena al intérprete oral cuando no pueda escuchar/leer los labios de una persona, ya sea un profesor o un alumno. Corinne realizó sus estudios cuando no existían servicios de apoyo. Cuando reflexiona sobre su educación, Corinne lamenta que estos servicios no estuviesen disponibles entonces, ya que su experiencia habría sido más plena y su educación menos superficial. Actualmente, la interpretación oral le permite tener acceso a todos los mensajes generados dentro de un grupo pequeño o grande, lo que le da confianza para participar.
En la actualidad, la Americans with Disabilities Act (1) garantiza el acceso a la información de todos los alumnos. No obstante, incluso con la ley de su parte, muchos alumnos corren el peligro de experimentar lo que Corinne describe como una educación superficial. El predominio de los trabajos y los debates en pequeños grupos que existe en las clases actuales obliga a los alumnos a tener acceso pleno, no sólo al discurso de los profesores, sino también a los comentarios de otros alumnos, a fin de beneficiarse de la riqueza que se genera en la comunicación. La tutoría y la toma de apuntes pueden servir para que un alumno aprenda el contenido básico de un curso, realice los exámenes y los trabajos asignados, pero no significa que los comprenda y adquiera los mismos conocimientos prácticos que sus compañeros.
Aunque la interpretación oral puede facilitar a los alumnos el acceso esencial «segundo a segundo», se descarta a menudo por las razones siguientes:
6. El alumno recurre a la audición, no a la lectura labial. Incluso si un alumno puede oír razonablemente bien, constantemente se producen interrupciones. Debido al ruido de fondo, a la distancia entre las personas que hablan en grandes grupos, a los acentos extranjeros y a los debates rápidos es necesario complementar la audición con la visión. Esto es aplicable tanto a los usuarios de audífonos como de implantes.
Durante los preparativos de las reuniones de Programa Individualizado de Educación (Individual Educational Program, IEP) (2) y las reuniones acerca del programa de su alumno para el próximo curso, le animamos a que considere el nivel actual de acceso que tiene el alumno a todo lo que ocurre en una jornada escolar. Hable con él y obsérvelo en clase. Si no es capaz de participar plenamente, considere la interpretación oral.
«Animen a los alumnos a disponer de un intérprete oral en tantas clases como sea posible, para que no se pierdan la parte DIVERTIDA de asistir a clase. Los alumnos, cuando hablan, hacen que la clase sea divertida, por lo que no conviene perderse estas ocasiones. ¡Avísenles de que no hay que sentir vergüenza por tener un intérprete!» (Consejo de un alumno de secundaria).
(1) En España, la LISMI (art. 23) y la LOE en sus principios y en el Título II: Equidad en la educación.
(2) En España, equivalente al Documento Individualizado de Adaptación Curricular (DIAC).
Siguiendo la corriente: La tarea de hacerse entender (Segunda parte)
Por la escritora y profesora Claire Blatchford, Clarke Mainstream News, 2006: Vol. 25, No. 6.
Cuando se es sordo, no solo hay que enfrentarse a la interminable tarea de comprender lo que otros dicen, también está la interminable tarea de hacerse entender. Aquellos que no están acostumbrados a la sordera no se dan cuenta de lo unidos que están los procesos de escucha y habla. Es necesario oír para aprender a hablar, pronunciar las palabras, unirlas correctamente entre sí, controlar el tono de voz, además de otras muchas cosas. Los niños que nacen sordos y no son capaces de adquirir el lenguaje tienen que aprender a través de la amplificación, la repetición y una lenta adquisición de memoria sonora y oral. Otros, los que podían oír antes de quedarse sordos (como me pasó a mí a los seis años), ya habían aprendido vocabulario, a reconocer los sonidos y la noción de lo que es el lenguaje hablado. Aunque, incluso en ese caso, el habla puede deteriorarse considerablemente deprisa.
Cuando era niña, pasaba horas repitiendo lo que para mí eran frases sin sentido en un esfuerzo por mantener mi capacidad oral para que sonase «adecuada y normal». Un pequeño cambio en la posición de la lengua, por ejemplo, lo cambia todo. Sin darme cuenta de que mi lengua se había movido del lugar indicado, el terapeuta intentaba enseñarme a ponerla donde debía. ¡A veces, le hubiera gustado pegarla en el sitio correcto! Ver cómo su cara se encendía cuando hablaba correctamente o se apagaba cuando me confundía me enseñó a reconocer en la cara de los demás la confusión o la perplejidad, ya fueran familiares, amigos o extraños. Pronto aprendí a repetir o reformular lo que decía en el momento en el que detectaba esa expresión y descubrí que aquellos que no eran capaces de acostumbrarse a mi «acento de sorda» me evitaban. Todavía me ocurre. También desarrollé el hábito de evitar las palabras difíciles de pronunciar dando rodeos. Por ejemplo, simulaba tener mala memoria: «Ese político tan deshonesto, no me acuerdo cómo se llama…» O sustituía una que me costaba decir por una palabra que podía pronunciar. Como Dave Sedaris, el divertidísimo escritor oyente que tuvo que trabajar duro de pequeño para superar un seseo, yo también tenía problemas de niña para pronunciar las eses. Dave nunca dijo a sus compañeros de clase que iba a logopedia para trabajar la articulación. Para mí, era logoterapia para hablar. La sonrisa se convirtió en risa, el colegio era prisión, el sexo era «ya sabes qué».
Quería saber cómo se sentían y resolvían la inacabable tarea de hacerse entender otras personas con pérdida auditiva. Así que pregunté a dos adultos maduros y a otros dos más jóvenes lo que pensaban.
John Anderson, orientador en The Mainstream Center, creció con una pérdida auditiva degenerativa, perdió toda la audición de joven y vivió sin oír nada durante tres años. Utiliza un implante coclear desde 1985. John cree que su calidad oral es buena y normalmente sabe cuando no está hablando claramente porque conoce por experiencia cuando su pronunciación es mala. Si esto sucede, lo comprueba en seguida con su interlocutor – incluso antes de que este exprese su confusión. Señala también que su cerebro puede «cerrarse» cuando está cansado después de una larga jornada, así que intenta evitar largas conversaciones por las tardes.
Corinne Brennan-Dore, que también trabaja en The Mainstream Center, nació sorda y, como John, fue a colegios ordinarios. Ella también fue positiva en cuanto a su capacidad oral. De hecho, la llamó: «habla y voz de oyente», refiriéndose a que tanto su dicción como su voz son tan buenas como las de cualquier oyente. (Vale la pena remarcar aquí que, mientras que el habla de una persona sorda es comprensible, su voz puede carecer de entonación. Por todos es sabido que la voz de los sordos es a menudo monótona lo cual puede dificultar escucharles. Mi propia voz pierde modulación cuando estoy cansada).
Corinne se da cuenta de que tiende a hablar demasiado rápido, que su habla es «débil» y necesita proyectarla. ¡Sabe que cuando tiene la garganta dolorida es cuando está proyectándola! Como John y yo misma hacemos, reformula las frases cuando ve que la gente tiene dificultades para entenderle. «Acepto que me corrijan en cualquier momento», dice. «Para estar segura de que la gente me oye y entiende lo que digo pregunto: «¿Alguna pregunta o algo que añadir?» o «¿Sabes lo que te digo?»». Sonríe antes de admitir: «Intento evitar esa última lo más posible, porque me molesta mucho cuando la gente no deja de preguntármelo a mí».
Como soldados veteranos, John y Corinne han desarrollado sus propias estrategias para hacerse entender. Toman el mando cuando creen que no se está entendiendo su habla. Ninguno de los dos acude a logopedia actualmente. Ambos coinciden en que a menudo era una pérdida de tiempo.
Los jóvenes con los que hablé veían la logoterapia como algo más positivo. John McGinty, de 20 años, nació sordo y recibió un implante coclear en 2003. Me dijo: «Sé que mi habla no es perfecta. Aunque ir a logopedia una vez a la semana me ayuda mucho. ¡De verdad funciona!». En el caso de John, está el elemento añadido de que es actor y tener un habla clara es clave. Me contó que el implante le permite escuchar muchos más sonidos. Admitió que, alguna vez, los extraños que no le entienden se han levantado y se han ido, dejándole avergonzado. Pero él lo sigue intentando, repitiendo cuando es necesario y anima a otros que sufren pérdida auditiva a tener paciencia y a que les ayuden a practicar su habla.
Hannah Bartini, también nació sorda, tiene 8 años y acude a una escuela ordinaria. Dice que no acude a logopedia por falta de tiempo, pero su madre a veces actúa como su profesora oral. Hannah está orgullosa de poder hablar e hizo una observación interesante. Dijo que sabía cuando está usando su «mejor habla» y se da cuenta de que es «bastante buena». ¿Qué es para una persona sorda su «mejor habla»? Precisa de una conciencia enorme sobre todo lo que dices y cómo lo dices. Debes marcarte un ritmo, de tal forma que no hables ni muy deprisa ni muy despacio, mientras observas la cara de tu interlocutor para asegurarte de que te está siguiendo. Como ya he dicho, puedes evitar usar palabras largas que sabes que te cuesta pronunciar y usar frases simples todo el tiempo. Sin embargo, hay un inconveniente en usar palabras más cortas o más fáciles de decir. Como me explicaba Hannah: «Hay momentos en los que uso palabras más cortas o más sencillas y me pregunto si hablo tal y como soy. Cuando estoy rodeada de gente de mi edad, me siento bien usándolas porque sé que no les molesta ese tipo de lenguaje. También es más rápido, porque podemos tratar diez temas diferentes en una conversación de pocos minutos. Pero cuando estoy con adultos me cuesta hablarles de cualquier cosa que pueda hacerme parecer más pequeña de lo que soy». En este punto añadió: «Cuando me entrevisten para entrar en la universidad, voy a querer usar palabras más complicadas para demostrarles que soy tan inteligente como cualquier otro estudiante oyente de dieciocho años».
Aquí Hannah está expresando una necesidad real. En el esfuerzo por hacerse entender el estudiante sordo querrá desesperadamente dejar claro que su cabeza está intacta aunque, por fuera, su habla parezca otra cosa. Quiere que sepan que puede pensar al igual que cualquiera de sus compañeros oyentes – a veces con mejor capacidad de concentración. Ella no es sorda y muda *(refiriéndose a que no es estúpida). Yo también he experimentado ese mismo miedo. Es una parte de hacerse entender. Aunque las inseguridades e incomodidades que acompañan esta tarea siempre estén presentes, dependiendo de con quién se está, la recompensa de saber que se está conectando, hace que, sin duda, todo merezca la pena.
*N.T.: En el original «deaf and dumb». «Dumb» en inglés significa «mudo» pero también significa «tonto». La expresión se utiliza generalmente en sentido peyorativo.