Sabios consejos
Melissa Grisswold, Clarke Mainstream News, 2006: Vol. 25, nº 8
Para muchos de ustedes el trabajo con un alumno o alumna con pérdida auditiva está llegando a su fin. El alumno pasará al siguiente curso o se cambiará de colegio, por lo que puede transcurrir un tiempo hasta que vuelvan a encontrarse con otro niño con sordera o dificultades de audición. Sin embargo, para el alumno y su familia el trayecto continúa. La pérdida auditiva no desaparecerá. Por delante quedan muchos más cambios, más transiciones de un curso a otro, más adaptaciones y también más altibajos.
Este camino dura toda la vida. Nos lo recordó Doris Blanchard, que actualmente tiene 88 años, en la carta que nos dirigió y que trata sobre su experiencia personal con la pérdida auditiva. Cuando se enteró de que Clarke School ofrece a los alumnos de séptimo y octavo una clase para ayudarles a preparar su incorporación al sistema educativo ordinario, un montón de recuerdos le vinieron a la mente. Todavía se acuerda del nerviosismo que tanto ella como su madre sentían cuando llegó el momento de su iniciar la etapa de secundaria en un centro ordinario, después de haber estudiado durante ocho años en un colegio de educación especial para sordos; también recuerda con cariño a las personas que se acercaron a ella y encontraron la manera de que se sintiera bienvenida al comienzo del curso. Doris sigue utilizando muchas de las estrategias de comunicación que le fueron de gran ayuda para salir adelante en el colegio. Nos gustaría finalizar este curso con algunos extractos de su carta y sus consejos que van más allá de las diferencias entre una generación y otra.
“Casualmente, mi madre empezó a hablar con otra y las dos se dieron cuenta de que sus hijas (Janet y yo) iban a matricularse en el mismo instituto de la Universidad de Chicago. A la madre de Janet se le ocurrieron un montón de ideas después de que mi madre le hablara de mí y de los miedos que teníamos las dos. Entre otras cosas se le ocurrió organizar una fiesta de “bienvenida” para Janet y para mí, a la que acudirían otros alumnos que iban a ingresar en el mismo instituto que nosotras. La fiesta tuvo lugar en verano y, gracias a que en la fiesta tuve oportunidad de conocer a los que iban a ser mis compañeros, me fue fácil saludarles y charlar con ellos desde el comienzo de curso. Por otra parte, Janet “me tomó bajo su tutela” y pude sentarme a su lado, lo que me permitía leer y copiar sus apuntes. A partir de ese momento, tuve la suerte de que otros compañeros me dejaran sentarme a su lado y copiar sus apuntes. Sigo manteniendo contacto con Janet y otros dos compañeros. Nos felicitamos en Navidad y nos reunimos de vez en cuando”.
“Teniendo en cuenta esta experiencia, mi abuela, que casualmente vivía en la ciudad donde yo iba a iniciar mis estudios universitarios en el College of Wooster, organizó para mí una fiesta de “bienvenida” el verano anterior al inicio del curso. Invitó a las hijas de sus amigos y a sus compañeros de clase que se habían matriculado en la misma universidad. Me sentí a gusto desde la primera semana de clase al ver caras conocidas en el campus. Todavía sigo en contacto con uno de ellos, ya que los demás ya “se han ido” (en junio de 2005, acudí a la ¡65ª reunión!). Sería una buena idea que los centros educativos organizasen una jornada de puertas abiertas (un picnic o una actividad especial) en la que los nuevos alumnos pudieran acudir o, al menos, ir un día a visitar las clases”.
“Recuerdo que, antes de cursar la asignatura de latín en el segundo año, se dispuso un plan especial para mí. En el campamento de verano, tuve clases de tutoría un par de veces a la semana, para adquirir unos conocimientos básicos (la verdad es que el latín me fue muy útil, especialmente cuando empecé las clases de francés en la universidad y cuando me apunté a clases de español en un curso para adultos por mi cuenta)”.
“Es gratificante saber que (en el colegio Clarke) se ofrece un curso con el fin de preparar a los alumnos con sordera y dificultades de audición para el paso que van a dar a un nuevo entorno. Me enseñaron a tomar iniciativa, a arreglármelas por mi cuenta y a saber cuándo tenía que pedir ayuda. Más adelante, a medida que fui creciendo, aprendí a dar el primer paso en la relación con las personas oyentes, tanto a la hora de “romper el hielo” como de conseguir que se sintieran bien hablando conmigo”.
“Mi adolescencia y la primera etapa de mi juventud fueron, francamente, bastante difíciles en el mundo de los oyentes. Mi voz era monótona y sonaba ‘extraña’. La gente me miraba o hacía muecas de sorpresa. No me quedaba más remedio que aguantar el tipo y seguir adelante. Por ejemplo, cuando le pedía a una persona que no conocía que solicitara por teléfono un taxi para que viniera a recogerme, había personas que se quedaban desconcertadas y se alejaban de mí. Un amigo sordo me aconsejó que utilizase el término “problema de audición”, en lugar de “sordera”, cuando me refería a mi dificultad ante personas que no conocía. Se quedaban sin capacidad de reacción cuando escuchaban la palabra “sordera”, pero se mostraban serviciales si la expresión utilizada era “problema de audición”. De todas formas, la situación ha mejorado, ya que las personas en general están más informadas y se muestran más dispuestas a cooperar y ayudar. Actualmente, los alumnos con sordera y dificultades de audición tienen intérpretes, cuentan con los apuntes de compañeros, profesores de apoyo, tutorías, etc. Yo no tuve mi primer intérprete hasta los 73 años, cuando me apunté a clases de informática en un centro educativo durante dos años.
“En la actualidad, vivo en una residencia con cerca de 400 personas mayores y soy la única persona sorda. El primer año fue un poco difícil, pero era consciente de que “romper el hielo” es un primer paso que ayuda, esto es, tratar de encontrar algo que decir a mis compañeros de residencia. “¡Qué jersey más bonito llevas!” o “¿No hace un día precioso?” o “¿Te has fijado en que el magnolio ha empezado a echar flores?”. Además, en los viajes me ayuda (y también a dos amigos sordos) tomar la iniciativa, presentarnos y hacer algunos comentarios al grupo cuando nos reúnen por primera vez. Estos recursos sirven para que el resto de pasajeros se relaje y se anime a conversar con nosotros”.
“Soy completamente sorda y no utilicé audífonos hasta que tuve 40 años y fui madre. Los llevé durante algunos años y, actualmente, no oigo absolutamente nada. La verdad es que, si bien trato de ser simpática y disfruto hablando con la gente, me es difícil integrarme en una conversación de grupo y participar íntegramente en ella. Se me da bastante bien hablar con una o dos personas. Me encuentro con muchos compañeros de la residencia que no saben que soy sorda. En su tiempo, no tuvieron oportunidad de familiarizarse con la lengua de signos, los intérpretes o con compañeros que tuvieran pérdida auditiva en el colegio. Las personas en general (en las bibliotecas, las tiendas u otros lugares) se dan cuenta enseguida de que soy sorda por mi voz y, si están informados y tienen experiencia, tratan de pronunciar con más claridad cuando se dirigen a mí, porque han tenido compañeros en clase con dificultades auditivas o lo han aprendido viendo películas”.
Tanto si se trata de la transición a un nuevo curso escolar, un nuevo trabajo o incluso una residencia de ancianos, tener la confianza suficiente en uno mismo para acercarse a otras personas puede ser útil para hacer amistades y para facilitar la comunicación con aquellas que personas que no están familiarizadas con la pérdida auditiva.
Los consejos de Doris nos sirven de recordatorio a todas las personas que trabajamos con alumnos con sordera y dificultades de audición, a la hora de acordarnos que debemos facilitarles un entorno seguro, en el que puedan practicar las estrategias de comunicación y desarrollar suficiente confianza en ellas mismas para encontrar su lugar en el mundo.
Consejos de Doris a los alumnos en el sistema educativo ordinario:
2. “Rompe el hielo”. Es bueno ser el primero en dirigirse a una persona oyente en cualquier situación, de esa manera se sentirá más cómoda.
3. Cada persona habla de una manera diferente (entre dientes, con mucha rapidez, mirando hacia otro lado mientras te habla), por lo que no debes dudar en pedirle que repita lo que ha dicho. “Espera, habla más despacio” o “¿Has dicho que…?” o “No he entendido, ¿puedes repetirlo?”.
4. En clase, trata de conseguir un intérprete o alguien que te proporcione los apuntes.
5. Preséntate siempre al tutor, al profesor o al ayudante y explícale tus necesidades.
6. Debes saber con antelación que no (siempre) serás capaz de seguir las conversaciones en grupo.
7. Trata de encontrar el momento o la pausa adecuada para interrumpir a las personas que hablan y plantear tus preguntas o comentarios. ¡Puede llegar a ser complicado!
8. No dudes en pedir ayuda.
Doris Blanchard estudió en el Central Institute for the Deaf de 1924 a 1932 y, posteriormente, ingresó en un instituto de educación ordinaria. Obtuvo un máster en Educación en la Universidad de Fairfield y un máster en Educación Especial en la Universidad de Columbia. Tiene dos hijas y trabajó durante dieciséis años como profesora de Ciencias en secundaria en el colegio Lexington para sordos de Nueva York, retirándose en 1985. Su marido, Luis, se graduó en 1937 en el colegio Clarke.
Siguiendo la corriente: Dónde reside la valentía
Por la escritora y profesora Claire Blatchford, Mainstream News, 2008: Vol. 28, nº 4
Hace poco tuve la oportunidad de entrevistar a una joven que había nacido sietemesina. La pérdida profunda en ambos oídos no se le diagnosticó hasta casi cumplidos los dos años. A pesar del diagnóstico tardío, de que aumentara su pérdida auditiva a los cinco años, de que sólo llevaba un audífono y ningún implante coclear, no sentí en ningún momento que la joven estuviera en desventaja en algún aspecto o que su vida estuviera limitada o confinada debido a la pérdida auditiva. Por supuesto, pasará momentos difíciles cuando no entienda lo que dice la gente o cuando los demás no estén seguros de haberla comprendido, pero serán sólo pequeñas trabas en el camino, no obstáculos infranqueables.
En un momento de nuestra conversación, me dijo: “La gente me pregunta: «Si tuvieras la oportunidad de poder tener una audición completamente normal, ¿lo elegirías?». Sinceramente, desconozco cuál sería mi respuesta. He tenido esta pérdida auditiva toda mi vida y se ha convertido en una parte de mi persona. Si pudiera oír, seguiría siendo yo misma pero, ¿seguiría siendo la misma?”.
Me dejó impresionada su valentía. Creo que se sentiría incómoda si me oye hablar de esta manera. Muchas personas hacen lo que tienen que hacer para salir adelante y, cuando se les tilda de “valientes”, se preguntan a qué viene tanto jaleo. Cuando se nos da la oportunidad ¿No es cierto que, en general, las personas respondemos dando lo mejor de nosotras mismas? Por otra parte, y centrándonos en el tema, ¿no es verdad que, en nuestro interior, agradecemos los retos que exigen reaccionar en esas situaciones? No me puedo imaginar que ninguna persona (si hubiera alguna forma de prever lo que va a suceder) eligiera ser sorda, pero sí imagino a algunas personas, como esta joven, dudando ante lo que una persona oyente daría por sentado, que si se le hubieran dado a elegir evidentemente hubiera elegido tener una audición normal. Ante la duda que manifiesta esta persona entre tener o no una audición normal, lo que nos planteamos no es “¿Qué pasa con esta joven?”, sino “¿De dónde saca tanto valor?”.
He entrevistado a bastantes personas con pérdida auditiva “valientes” en los últimos años y, si bien no he tenido la oportunidad de analizar con detalle la trayectoria o las situaciones de sus vidas, he escuchado lo suficiente para darme cuenta de que en su relato aparecen, una y otra vez, tres factores de importancia.
El primero es que el niño con pérdida auditiva ha contado con el apoyo cercano, la comprensión y el ánimo de al menos una persona (a veces son más). Lo más habitual es que esta persona haya sido la madre, que ha asumido la responsabilidad de convertirse en una maestra excepcional de su hijo (como lo fue Anne Sullivan para Helen Keller, sordociega). He escuchado historias de madres que abandonaron su carrera profesional durante algunos años para asegurarse que su hijo fuera capaz de conectar con el mundo.
Además, es realmente conmovedor percibir cómo el amor de una madre o un padre puede intuir exactamente lo que el niño necesita en un momento dado o ante la situación de reto permanente. Hay muchos ejemplos que se pueden citar, entre ellos el de una madre que siempre procuraba sentarse en las reuniones familiares dentro del ángulo de visión de su hija para poder darle pistas sobre lo que se hablaba o el de un padre que repasaba diariamente los deberes escolares con su hijo para asegurarse de que entendiera todo lo que se había tratado en clase.
El segundo de los factores es que el niño en algún momento, y esto ocurre a edades muy diferentes, ha de asumir su pérdida auditiva. En algunos casos, da la impresión de que el esfuerzo de los padres para estar seguros de que su hijo se entere de todo lo que necesita, es asumido por el propio niño y se convierte en una necesidad, incluso en un hábito. En el ejemplo mencionado del niño cuyo padre repasaba con él la materia explicada en clase, cuando llegó al instituto, empezó a ser él quien se dirigía directamente al profesor, al entrenador deportivo, al orientador escolar o a la persona responsable cuando tenía dudas sobre cualquier asunto. En este caso, la valentía comenzó a aflorar en el momento en el que el chico empezó a darse cuenta por sí mismo de lo que era necesario hacer.
En otros casos, el niño llega a un punto en el que decide, ya sea consciente o inconscientemente (quizá en mayor medida expresando sus sentimientos, incluso sentimientos explosivos, que a través de ideas expresadas con coherencia), tomar las riendas de la situación. Estoy pensando en el adolescente que quiere dar la imagen a sus compañeros de que es capaz de valerse sin ayudas que sean evidentes, como el sistema de FM o el seguimiento del adulto. Podría considerarse como un acto de “rebelión”, incluso un paso atrás, pero puede ser un requisito necesario. Pongamos el caso de una adolescente que decide aparentar que escucha perfectamente porque quiere parecerse a los demás. Es obvio que ésta no es una buena manera de asumir la pérdida auditiva, pero hay personas que necesitan pasar por ese tipo de comportamiento para llegar a ella. Éste fue el caso de Philip Zazove, un médico sordo. Zazove, en el libro publicado de sus memorias (no está traducido, su título es -When The Phone Rings, My Bed Shakes), comentó que, siendo adolescente, le pidió a su padre que dejara de ser su intérprete cuando había personas delante, porque no quería que se le considerase una persona diferente o rara.
Durante un tiempo, relata el médico, decidió “desconectarse del mundo” con la finalidad, según él pensaba, de estar “al loro”. Sin embargo, muy pronto se dio cuenta de que estaba “desconectado de todo” y, además, solo. A partir de entonces, trató de encontrar su forma de acceder a la información. Lo importante no es la manera o los recursos que se empleen, sino algo que está relacionado, de nuevo, con la honestidad y la humildad para reconocer las necesidades que uno mismo tiene, aceptarlas y esforzarse para darles respuesta. Llegados a este punto las piezas del puzzle encajan. Para algunas personas es un proceso arduo y, para otras, no lo es tanto. Además, es posible que a veces haya que modificar lo que uno quiere con el fin de conseguir lo que uno necesita. Se necesita una buena dosis de valor para pasar de “Quiero estar al loro” a la siguiente reflexión “Las personas oyentes tienen que aceptarme tal como soy”.
Esto nos lleva directamente al tercero de los factores que percibí al reparar en la valentía de las personas con pérdida auditiva: la persona que ha asumido su pérdida auditiva descubre que tiene una nueva fortaleza. Se da cuenta de repente que no sólo es capaz de expresar sus necesidades, sino también de entender lo que significa ser sordo.
Lo que la persona dice puede no resultar agradable pero, si lo expresa con honestidad y humildad, se da cuenta que la gente empieza a escucharla y a respetarla, lo que refuerza su valor y determinación. Algunas personas asumen su pérdida auditiva en una etapa temprana de su vida, en el colegio o en la universidad, y otras muchas lo hacen bastante más tarde. A algunas personas les resulta más fácil asumirlo cuando están con personas extrañas que cuando están con su familia.
Está claro que hay mucho más cosas que decir y ver sobre la valentía, de lo que es y lo que no es, de lo que la fomenta, de cómo se puede fortalecer, etc. pero, por ahora, me limitaré a decir simplemente, basándome en las entrevistas que he realizado: Todas las personas con las que hablé eran valientes. Es como si tuvieran en su interior un pozo sin fondo lleno de agua, fueran conscientes de ello o no.
SALUD AUDITIVA DURANTE LAS VACACIONES
Al finalizar el curso, con la entrega de notas, es frecuente que se compren nuevos juguetes. Tengan precaución cuando adquieran juguetes sonoros y sigan los consejos de la ASHA (Asociación Americana de Audición y Lenguaje):
- No elijan un juguete que estando en funcionamiento le obligue a levantar la voz.
- Opte por juguetes que tengan control de volumen o limitador de sonidos.
- Compruebe que el juguete adquirido cumple la normativa europea y lleva la marca CE.
En el caso de los niños mayores y adolescentes que utilizan auriculares para escuchar música, no permitan que los utilicen a un volumen tal que la persona que esté a su lado pueda escuchar oír el sonido.
Para prevenir los problemas de audición debido a la exposición a ruidos intensos, CLAVE considera que es fundamental:
- Bajar el volumen.
- Alejarse de la fuente sonora