El acoso y la vulnerabilidad potencial de los alumnos con pérdida auditiva
Melissa Grisswold, Clarke Mainstream News, 2004: Vol. 24, no. 4.
El acoso es una realidad lamentable pero extendida en los colegios de nuestro país. Sabemos que sus efectos en las víctimas son duraderos y, debido a que los acosadores buscan las debilidades de sus víctimas -cualquier característica que les haga diferentes-, tiene sentido afirmar que los niños y niñas con pérdida auditiva corren el peligro de convertirse en el objetivo de conductas crueles. Para contrarrestar esta vulnerabilidad, podemos reforzar la autoconfianza de nuestros hijos, ayudándoles a entender en qué consiste el acoso, desarrollando su capacidad de detectar las señales sociales y de responder de una manera apropiada, además de enseñarles estrategias eficaces para hacerle frente.
Un requisito fundamental previo es que exista en el colegio una política disciplinaria clara y que se adopte, como parte de su filosofía elemental, el compromiso de incorporar el desarrollo de la personalidad, la formación sobre la empatía y la presión positiva entre compañeros. Lisa Rosenthal cita las palabras de Debra Chasnoff (una cineasta que produjo un vídeo sobre el acoso en los colegios): «Basarse en una disciplina severa no es suficiente… Los profesores que procuran que los niños se conozcan y desarrollen una confianza mutua de manera que sientan empatía hacia sus compañeros, tendrán menos problemas tanto en clase como en los recreos. Cuando consideramos a otras personas como seres humanos semejantes, la probabilidad de agredirles es menor». Con respecto a los alumnos con pérdida auditiva, lo anterior se traduce en que debemos buscar la manera de que sus compañeros entiendan sus necesidades de comunicación. No siempre resulta fácil, ya que depende de la disposición del alumno para compartir información acerca de su pérdida auditiva. Sin embargo, si los profesores y los padres lo afrontan con ánimo y creatividad, es posible implicar a los alumnos con otras medidas que no se basen en la amenaza.
¿Cuáles son los posibles puntos débiles de un niño con pérdida auditiva? Si todavía está intentando superar su baja autoestima, es probable que no hable de los problemas de acoso o de las burlas que está sufriendo. Además, debido a que con frecuencia no advierte las sutilezas de la comunicación verbal, puede resultarle más difícil distinguir entre una broma o una burla hiriente. Sus intentos de controlar el ritmo de la comunicación pueden malinterpretarse como una actitud mandona que, sin él saberlo, puede resultar irritante. Su lenguaje puede deteriorarse cuando se siente bajo presión, dificultando la comunicación con los compañeros.
Gran parte de las estrategias recomendadas por los expertos para que los alumnos oyentes puedan responder e impedir el acoso se asemejan a otras estrategias que consideramos elementos clave en el diseño de un programa sólido de apoyo para ayudar a los alumnos a enfrentarse a multitud de experiencias en su educación en colegios ordinarios:
Identifique a una persona con la que el alumno tenga confianza para hablar y a quien pueda recurrir durante la jornada escolar. El alumno necesita contar con una persona que pueda ayudarle a comprender determinadas situaciones; un aliado verdadero y de confianza que se tome con seriedad sus preocupaciones y le ayude a solucionar los problemas que surjan. Consideremos el ejemplo siguiente: «Recuerdo cuando me aproximaba [durante el almuerzo] a las mesas ocupadas por niñas que yo consideraba simpáticas y preguntaba si podía sentarme con ellas. Si comenzaban a reírse, siendo sorda y sensible, no había modo de saber si se reían de mí o por cualquier otro motivo…» (Berke, 2003).
Ayude al alumno a que aprenda puntos de vista diferentes. Nunca debe quitarse importancia al acoso, pero puede suceder que una ruptura en la comunicación provoque un malentendido. Es posible que el alumno necesite ayuda para detectar estas situaciones. Las barreras comunicativas pueden hacer que le resulte más difícil reconocer cuando se trata de una «broma inocente o alegre que… provoca la sonrisa o la risa de los presentes, incluida la persona a la que se le gasta la broma». (Freedman, 1999). Este tipo de bromas es sano e importante en las relaciones sociales, pero también puede ser motivo de confusión para un niño con pérdida auditiva.
Ayude al alumno a que aprenda el lenguaje que le permita comunicar los sentimientos y responder ante las bromas. Para enseñar estrategias específicas, se recomienda una práctica frecuente mediante el juego de roles. Ejemplos de estrategias:
Diálogo interno. Mensajes que los niños pueden decirse a sí mismos cuando les están gastando una broma. «Mi opinión es más importante que la del bromista» o «No me gusta esta situación, pero puedo controlarla».
Ignorar. Los niños fingen que el bromista es invisible y, simplemente, pasan de largo.
Mensaje del «yo/a mi». Enseña al niño a expresar cómo se siente. «No me gusta que te rías de mis audífonos. Me gustaría que dejaras de hacerlo». Esta estrategia se recomienda en situaciones de clase supervisadas.
Visualización. Los niños se imaginan que las palabras les rebotan como una forma de rechazar las palabras hirientes.
Reformulación. La broma se convierte en un elogio, dando al bromista una respuesta inesperada. El bromista dice: «¡Niño sordo… llevas audífonos!” El niño responde, «Gracias por darte cuenta!”.
(Sugerencias adaptadas de Easing the Teasing: How Parents Can Help Their Children. ERIC Digest ED431555).
Utilice libros y otro tipo de materiales visuales para ilustrar lo que es y no es acoso, así como para explicar la política del colegio en relación con las conductas inaceptables. El alumno debe ser capaz de reconocer la conducta inadecuada y conocer las consecuencias que conlleva. Con frecuencia, los niños oyentes conocen las consecuencias de estas conductas por aprendizaje incidental como, por ejemplo, oír conversaciones en los pasillos o discusiones entre padres o profesores en relación con una determinada situación. El alumno con pérdida auditiva no tiene un acceso fácil a esta importante información. El sitio de Internet de Child and Youth Health (http://www.cyh.com) ofrece varios artículos dirigidos a niños en relación con las bromas y el acoso, que incluyen ilustraciones.
Dedique tiempo a enseñar y debatir el motivo de que una conducta, llevada a cabo de manera inconsciente por el alumno, sea inadecuada socialmente. El que el alumno actúe como un mandón o interrumpa continuamente las conversaciones puede deberse a que intenta seguir el ritmo de comunicación de la clase. También puede ocurrir que, desde pequeño, se le haya enseñado a hacerse oír y que su forma de hablar haya derivado en un atrevimiento que no es bien recibido a determinada edad. Al alumno le será de gran ayuda que se le enseñe la diferencia entre la conducta apropiada y la inapropiada en un entorno personalizado. Los padres, el logopeda y los orientadores pueden colaborar en esta enseñanza.
Involucre a los alumnos oyentes en actividades de sensibilización sobre discapacidad. Al igual que un alumno con pérdida auditiva es responsable de entender y tratar de adaptarse a sus compañeros oyentes, éstos también necesitan aprender lo que hace que otras personas sean especiales y considerar la pérdida auditiva de una manera positiva. La enseñanza de la diversidad reduce el miedo – instigador de las burlas y el acoso.
Proporcione vías de escape para que el alumno se libere de las tensiones y exprese sus frustraciones. Las oportunidades para llevar a cabo una actividad física y para expresar los sentimientos de manera no verbal (como, por ejemplo, a través de la expresión artística) son importantes para el desarrollo de la fortaleza mental y física.
El acoso es una posibilidad aterradora para un niño. Los niños con pérdida auditiva, que no tienen un acceso fácil al mundo social de sus compañeros, se convierten en víctimas potenciales. Se sentirán más seguros cuando aprendan, a través de la enseñanza directa, estrategias específicas para enfrentarse al acoso y cuando cuenten con el apoyo del colegio, que responderá inmediatamente y sin excepción ante el mismo. Por otra parte, no hay nada que pueda reemplazar a los padres que conversan diariamente con sus hijos, les escuchan sin juzgarles, les facilitan oportunidades para desarrollar sus intereses y talentos como manera de incrementar su autoestima y les animan a buscar la compañía de otros niños «que les hagan sentirse bien, no mal». (Freedman, 1990). El refuerzo de la autoestima de nuestros niños exige la sensibilidad y el esfuerzo coordinado de los colegios y de las familias.
Siguiendo la corriente: ¿Terca … o asustada?
Por la profesora y autora Claire Blatchford, Clarke Mainstream News, 2004: Vol. 24, no. 4.
En mi primer año como profesora de arte en Clarke School for the Deaf, una de mis alumnas comenzaba casi todos los trabajos negando con la cabeza y emitiendo un largísimo “¡Noooo!” que significaba: “¡No quiero hacerlo!”. Después apartaba la mirada como si mi idea fuese ridícula, estuviese por debajo de su capacidad o fuese aburrida y asunto resuelto.
La primera vez que pasó esto casi me pongo a hacer el pino para reclamar la atención de Ann porque, si nos íbamos a comunicar, tenía que mirarme a la cara, especialmente a los labios.
“¿Por qué no?”, le reclamé.
Ella volvió a negar con la cabeza y a decir otro larguísimo “¡Noooo!”.
Cometí el error de preguntarle si prefería hacer otra cosa, así que pasó el tiempo haciendo garabatos.
Al inicio de la siguiente clase, cuando Ann agitó la cabeza y miró hacia otro lado, supe que iba a tener que hablar con ella enseguida. La saqué al pasillo y le expliqué que si quería estar en mi clase, tendría que hacer lo mismo que los demás. Preguntó que si podía volver a hacer garabatos. Cuando negué con la cabeza me contestó: “Pero la semana pasada me dejaste…”.
“Pero esta semana no, ni la próxima, ni la otra, lo siento”.
Siguió quejándose.
Yo mantuve mi postura.
Durante un par de minutos parecía que iba a abandonar la clase de arte. Entonces, en vez de agitar la cabeza, se encogió de hombros, volvió a clase e hizo el trabajo. Cuando me lo mostró, aunque no había hecho nada especialmente bueno, la felicité y, cuando al salir de clase doy la mano a los alumnos, me aseguré en mirarle a los ojos.
La resistencia continuaba, pero Ann no fue tan rápida para apartar la mirada y pude tomarle el pelo al encontrarme con ella en la puerta diciendo un brillante y jovial “¡SÍÍÍÍÍ!” antes de que se diera cuenta de lo que estaba pasando y dijera “¡Nooooo!”
Durante la cena del día de Acción de Gracias de ese año, describí el comportamiento de Ann a mis hijas y me sorprendí de que se rieran.
“¿Qué es lo que os hace gracia?”, pregunté.
“Usas el poder de la sordera todo el tiempo”.
“¿Qué queréis decir con ‘el poder de la sordera’?”.
“Bueno, siempre miras hacia otro lado cuando no quieres escuchar a alguien o algo. Es como si no pudiéramos hacer nada contra eso, tú ya estás convencida y no piensas escuchar nada, sea lo que sea. Puedes llegar a ser muy terca”.
Me quedé con la boca abierta. “Terca” era la palabra exacta que me venía a la mente cuando conocí a Ann y sus “¡Noooo!”. ¿Cuántas veces me habré enfadado con “esa niña terca”?
En ese mismo momento, se produjo un cambio en mi manera de ver a Ann. Cosas que había observado, pero de las que no era consciente, salieron a la luz. ¿No era normalmente la última en venir a clase y la última en irse? ¿No trabajaba bastante más lento que los demás? ¿No podría ser que fuese demasiado auto-crítica? ¿No estaba mejor cuando se sentaba lejos o en una mesa diferente de la de dos de los alumnos más eficientes y populares? ¿No trabajaba mejor cuando se le daban instrucciones claras y sencillas de una en una (incluso si eso significaba más trabajo para mí)? ¿No lo hacía mejor cuando yo le pedía que no copiase el trabajo de otros y la animaba a usar sus propias interpretaciones? ¿No necesitaba también ver al principio de la clase como sería probablemente el resultado final?
El “¡Noooo!” de Ann comenzaba a sonar como “¡Estoy asustada! Quédate conmigo y enséñame cómo hacer las cosas. Déjame trabajar a mi manera, a mi propio ritmo». Además —teniendo en cuenta que mis hijas no me iban a dejar escapar—, necesitaba preguntarme con qué frecuencia ponía freno, me evadía de la situación o evitaba totalmente algo porque estaba asustada. Asustada por no estar segura de lo que se me va a preguntar, por no saber si seré capaz de entender las palabras en el momento en que se me pregunte y porque, en ningún caso, quiero parecer tonta.
Lo que estoy describiendo es el comportamiento de un niño con discapacidad auditiva en una escuela para sordos, lo cual viene a demostrar que, incluso en un entorno de educación especial, se debe estar alerta a las diferentes muestras de inseguridad. Recientemente he adoptado la expresión “evitar el fracaso” aplicada a los niños oyentes en escuelas ordinarias. La idea que subyace es que la mayoría de los niños hace todo lo que puede para evitar situaciones en las que piensan que van a fracasar. Ya que, abandonando la tarea que tienen entre manos, no realizan lo que se les pide y suspenden. Esto se puede aplicar tanto a las situaciones sociales como a las académicas.
Aunque no me imagino a Ann pensando en el arte como una profesión para el futuro, su trabajo tiene un estilo muy personal, un estilo con el que se siente cómoda y del que se siente tan orgullosa como para compartirlo con otros. Su “¡Nooo!” todavía surge de vez en cuando, casi involuntariamente, pero sonríe y me mira a los ojos cuando lo dice e incluso una vez recibió el anuncio de un nuevo trabajo con un “¡Síííí!”.
Imágenes de la integración
Clarke Mainstream News, 2004: Vol. 24, no. 4.
Para ayudar a los niños que sufren bromas o burlas debido a sus audífonos, el profesor itinerante Gail Wright, M. Ed., visita las aulas y trabaja con los alumnos para enseñarles los conceptos de diversidad e ignorancia. Nos explica:
«Hablamos de celebrar la diversidad… Una celebración es una fiesta, un momento de diversión, un reconocimiento. La diversidad es diferente. Hablamos de los dones que todos tenemos. Un niño que no juega bien al fútbol puede, sin embargo, ser capaz de enseñarte a realizar un experimento científico. Hacemos hincapié en aprender algo de cada persona e intentamos encontrar los dones individuales que cada uno posee. Cuando los niños con una pérdida auditiva total o parcial no permiten que se hable abiertamente sobre esta pérdida, tanto sus consecuencias como el equipo que pueden estar usando, son un misterio. Mostrando una actitud abierta y permitiendo que surjan conversaciones sinceras, estoy convencida de que se consigue que el resto de los alumnos muestre una mayor aceptación hacia el niño, así como hacia TODAS las personas del aula.
Otra cosa que hago es dibujar tres caras en la pizarra. Una está sonriendo y las otras dos tienen cejas con expresión de enfado y la boca en forma de línea recta. Les llamo, respectivamente, persona simpática, persona mala y persona ignorante. Hablamos de lo fácil que resulta identificar a las personas simpáticas. Es más difícil con las otras dos, porque tienen una expresión idéntica, si bien son muy diferentes. Estoy convencida de que hay pocas personas que sean realmente malas… Las personas que ponen cara de maldad cuando dicen, «¿Qué es eso?», mientras señalan un audífono son realmente IGNORANTES O INcultas. Aunque cueste mucho, hay que hacer es ignorar su expresión y no permitir que te lastimen. Se les puede decir, «Es mi audífono, me sirve para escuchar, ¿te gustaría verlo?». Resulta increíble ver cómo su expresión se transforma rápidamente en otra de simpatía y cómo puede iniciarse una conversación…».